jueves, 5 de mayo de 2011

Pero es que ella, a decir verdad, no existe.

 


A menudo, se encerraba en su pequeño cuarto, y se sentaba sobre el diván. Meditaba largo rato, y hundía su mirada en  el infinito en la esquina de papel de pared. Tanteaba el piano, exhalaba un suspiro y encendía la pipa de cáñamo.Con aires de cabaretera decrépita, y aburrida de la vida.[De sus gestos, sus máscaras, hablaremos más adelante]. El aire era denso, inmóvil, asfixiante, opaco. El vaho que expulsó su boca también lo era, se imbuía del ambiente, gris e indiferente. Puede que sea perjudicial para las personas, puede que la nicotina dañe el organismo, el interior. Pero es que ella, a decir verdad, no existe. Se limita a llenar, con su tímido cuerpo, un exoesqueleto que recibe, almacena y acepta todas las injurias del mundo. Una cáscara, un cadáver que se pega a su mente. Porque el mundo, la realidad, sí es perjudicial. No el humo, no una inigualable sensación de libertad al notar cómo se va quemando el dióxido de carbono por su tráquea. La tráquea lo acepta, un huésped con el que crear un nuevo ciclón, nuevas arterias huecas que formen un tejido raído de alquitrán, de un tiempo indefinido, perdido y con un brillo extraño.
Ahora, los incidentes de la calle. Puede que no sea preciso calificarlos de incidentes. Pero sí únicos. Tras mirarse en el espejo(tras intuír un borrón en el apático cristal), baja las escaleras a trompicones, observa una mancha con forma de ameba-nebulosa en la pared y sale al "aire" de la calle. Una vez de pie en la acera, empieza a caminar (sin dirección), con pasos patéticamente decididos. La maniobra diaria consistía en adoptar los gestos, expresiones y rostros de las personas que pasaran a su lado. No era un mero proceso sistemático, era lo único que ella consideraba tener conciencia. Aunque es más que evidente que  la realidad, que con tanto afán los intelectuales intentan definir, haciendo uso de absurdas pomposidades y conceptos vacíos, es esencialmente gris, exceptuando pequeños, insistentes y claros focos de luz, veía en este gesto un acercamiento o distanciamiento de este mundo. Porque es lo que cualquiera busca, se decía; tengo mi propia manera de hacerlo. Como se habrá supuesto, no hablaba. Nunca hablaba. Pero emitía pensamientos y opiniones más directos y fulminantes que cualquier ristra de palabras, que cualquier máxima para la posteridad. Y éso es lo que la humanidad más odia. Porque no pueden coartar tu fuero interno.
Se fijó en un viejo intento de aristócrata, un Watson estúpido, una cómica alegoría de las morsas. Porque así se veía: nariz chata (curva rimbombante), mostacho cual recogedor de basura, un hongo que sólo constituía una desesperada tentativa de ocultar su escaso pelo, ralo y vanidoso. Adoptó su expresión, inició la metamorofosis de su máscara, vistiéndose aquel semblante, aquel insulso recuerdo de un falso siglo diecinueve. Sonrió para sus adentros, sin inmutarse, feliz de tener una nueva cáscara. Le siguió una dama de la vieja corte, una profesional de todo aquello que siempre permanece en la clandestinidad más evidente. Disecciona placeres con su anatomía, se guarda el recargo en rincones tan reciclados como su sexo. El maquillaje era exiguo y mal repartido, manchas informes,aquí y allá, que no hacían sino reforzar su tez de arpía. Pero una expresión curiosa, pensó. A ver cómo resulta. Se impregnó de aquel perfume rancio, de aquel testigo hastiado de tantas y tantas danzas efímeras, de rituales indefinidos. No es necesario saberlo todo en este mundo. No le quedaba mal, pero cualquier máscara del mundo, cualquier cáscara del vacío que sea, se adapta a un maniquí, ¿no es verdad? Porque las costuras del día a día se deshilachan, vacías, en un mar de dudas. Su caja torácica era más bien una caverna, aludiendo al mito platónico. Pero el mundo exterior no es luz, no merece la pena soltarse de las cadenas. Nunca había tenido cadenas, pero tampoco mostrado interés alguno por este mundo decrépito, este agujero gris en el espacio. Así que aquel reflejo de salones de cortesía perdidos, de memorias de un espectáculo grotesco, una muestra más de neopatetismo.
Sólo aquellas máscaras ocultaban su interior. Su vacío, en el que titilaban átomos de materia diáfana, desprovista de cualquier sentido.



Ésta es Kiri (霧). En japonés significa "niebla".

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